domingo, 23 de agosto de 2015

Historia corta: El fantasma del teatro.

Buenas tardes a todos los fans de La Pluma del Arquitecto.

Esta obra, como otras muchas, nació de un sueño que tuve hará mucho tiempo. No se que significaría en aquella época, pero ahora ya no tiene mucho significado. Sin embargo, al despertar, pensé que era una historia muy bonita, acerca de la amistad. Espero que os guste.


El fantasma del teatro.
Por: Alberto López del Consuelo.

Francisco era un chico extraño. No jugaba al futbol, no coleccionaba cromos, y no le temía a la oscuridad ni a los monstruos que asustan a todos los niños.


Sin embargo, de extraño que era, eso le volvió solitario. Era la comidilla del barrio: las madres cuchicheaban a su espalda, los demás niños lo miraban como si fuese un bicho raro, y sus padres lo miraban preocupado, preguntándose qué clase de porvenir le esperaría.

Sin embargo, a pesar de todo, sí que tenía amigos. Alberto, un chico pecoso con gafas, muy inteligente; Cristina y Lurdes, hermanas gemelas, que vivían en la casa de al lado; y Daniel, rechoncho y bonachón, alto y de espalda ancha.

Los cinco amigos pasaban mucho tiempo juntos paseando por la ciudad, yendo al rio a pescar ranas, jugando en los parques y comiendo caramelos.

Pero un día, sus vidas cambiaron, gracias a una pequeña niña llamada Penélope.

Aquella tarde, Francisco y sus amigos volvían de haber estado jugando en un parque lejos de su barrio, así que decidieron coger un atajó atravesando un viejo colegio clausurado. El edificio poseía un aspecto ruinoso: muros resquebrajados y descoloridos, ventanas rotas, y puertas desvencijadas.

A cualquier otro niño, aquel aspecto le habría parecido aterrador, pero a Francisco todo aquello le parecía de lo más normal. Las cosas, como las personas, envejecen y mueren, le dijo su padre una vez. Así que, en contra de la opinión de sus amigos, decidió atravesar el patio, entre dos edificios.

A medio camino, el viento sopló fuerte con una brisa nocturna de verano, y trajo a sus jóvenes oídos un sollozo lejano.

Francisco no fue el único en oírlo, pues todos los demás frenaron de golpe.

- ¿Qué ha sido eso? - preguntó Cristina, asustada.

- Parece que viene de allí - Respondió Alberto, señalando hacia uno de los edificios, más bajo y con menos ventanas que el otro.

- Vamos a ver que hay - Dijo Francisco, emocionado.

Sus amigos suspiraron y le siguieron. La mayoría de las veces, la curiosidad de Francisco solo los había llevado a meterse en problemas y a llenarse de barro y suciedad, pero aun así lo seguían, porque era seguro de si mismo y no temía a nada.

Al entrar en el edificio, cuyas puertas habían desaparecido largo tiempo ya, vieron los asientos de un teatro que se extendían hasta el fondo. La mayoría estaban destrozados, los respaldares arrancados, los reposabrazos convertidos en astillas. El aire olía a moho y humedad.

Entonces volvieron a oír el sollozo, que provenía del escenario. Subieron por una escalera lateral situada frente a este y vieron a alguien allí. La luz de la luna iluminaba su traje de satén de color blanco. Su cabello negro era una cortina que tapaba su rostro. Sus pálidas manos cubrían su cara en sollozos. Derrumbada de rodillas, parecía una viuda desconsolada cuyo marido ha muerto el mismo día de su boda. Su cuerpo era extrañamente translúcido, y se veía a través de él. Era una fantasma.

Sus amigos tenían miedo de aquella extraña imagen, pero Francisco se acercó a ella, le puso la mano en el hombro, y dijo.

- ¿Por qué lloras? - Preguntó.

La chica dio un respingo y asomó los ojos de entre sus manos.

- Puedes… ¿Puedes verme y tocarme? - Preguntó con la voz cargada.

- Si, ¿por qué si no te iba a preguntar nada? - Respondió Francisco.

La chica dio un suspiro de alivio y felicidad.

- Por fin ha llegado el día, Dios mío. Gracias. - Se levantó, se inclinó ante Francisco, y le dijo: - Por favor, ayúdame a llegar a la otra vida.

Los amigos de Francisco la miraron de nuevo. Era esbelta, joven, uno o dos años mayor que ellos. Seguidamente empezaron a cuchichear entre ellos, diciendo que ayudar a un fantasma, aunque fuese una chica, podría ser peligroso. Mientras lo hacían, Francisco dijo:

- Vale, ¿qué tenemos que hacer?

Sus compañeros se quedaron sin habla unos segundos, y después empezaron a discutir.

- ¿Por qué decides por nosotros?
- ¿Y si nos hace daño?
- ¿Y si es peligroso?
- ¿Por qué tendríamos que ayudarla?

Francisco esperó a que todos dejaran de hacer preguntas, y respondió:

- ¿No es más interesante así? Jijiji. - Dijo con una sonrisa infantil de oreja a oreja.

Los cuatro amigos lanzaron un suspiro al unísono, el cual fue seguido de una risa jovial, de un timbre agudo y precioso. Solo después de mirar alrededor cayeron en la cuenta de que la chica fantasma se había reído.

- Espero no ser una carga para vosotros. Me llamo Penélope.- Seguidamente se inclinó ante ellos de forma educada.

Al parecer, Penélope había muerto durante la interpretación de una obra de teatro haría cerca de 20 años. Tras su muerte, el colegio había recibido muchas quejas y, finalmente, fué clausurado, lo cual la dejó sola en aquel recinto abandonado.

Para poder descansar en paz, según Penélope, necesitaba terminar la escena que estaba representando. La obra era Blancanieves, y solo le faltaba la escena final. Debía ser despertada por el beso de un príncipe.

El problema principal era que ella no podía tocarles, ya que los atravesaba cada vez que lo intentaba. Pero con la ayuda de Francisco, el único de aquel grupo de amigos que podía tocarla, serían capaces de terminar la escena.

Cristina y Lurdes se encargaron de preparar una especie de lecho para Penélope, mientras que Alberto utilizaba su teléfono con conexión a internet para buscar un guion de Blancanieves en internet, y Daniel movía los trozos de atrezo que no estaban en su sitio. Mientras tanto, Francisco hablaba con Penélope. Le contaba cosas acerca del nuevo mundo que se había perdido: La tecnología, la historia, la moda, cosas que ella se había perdido mientras estaba encerrada allí. Penélope parecía maravillada con todo aquello.

Una vez terminado de montar el escenario improvisado, todos se pusieron en sus posiciones: Cristina, Lurdes y Daniel serían los enanitos, Penélope sería Blancanieves, Francisco sería el príncipe, y como era el único con teléfono, Alberto haría de narrador.

Una vez todos se pusieron en posición, Alberto empezó:

- Blancanieves cayó en un profundo sueño, y los enanitos desconsolados no pudieron despertarla...

La voz de Alberto resonaba en las paredes, y a acústica de la sala producía un eco relajante, al tiempo que esta poseía un tono solemne.

Llegaron a la parte del beso rápidamente, pero Francisco, inclinado ante Penélope, no sabía que hacer. Nunca había dado un beso a una chica, menos aún a un fantasma. Pero Penélope resolvió el problema por su cuenta, y le plantó un beso en los labios.

Francisco sintió como su cuerpo se derretía ante aquel beso, que le transmitía un amor y ternura mayores que los de la más dulce de las amantes. Su rostro se encarneció hasta el pelo, y sus amigos, al principio sorprendidos, empezaron a cuchichear y a reírse por lo bajo.

Terminado el beso, Francisco les lanzó una mirada suspicaz, al tiempo que Alberto decía:

- Y así, la hermosa Blancanieves despertó de su profundo sueño. Bravo.

Y entonces todos estallaron en risas y gritos de júbilo y empezaron a aplaudir. Hicieron un saludo como en el teatro, todos inclinándose ante un público que jamás les vería.

Y entonces el cuerpo de Penélope empezó a brillar, y todos supieron, por su sonrisa, que lo habían hecho bien. Penélope se acercó a Francisco, le dio un fuerte abrazo y le dijo:

- Eres alguien muy especial. Algún día, ayudaras a muchísima gente con ese algo especial que llevas dentro.

Francisco aceptó el cumplido con un gesto de la mano, pues aún estaba avergonzado por aquel beso, pero entonces Penélope le atrajo hacia ella y le dio otro beso, esta vez más breve. Entonces acercó sus labios a su oído y susurró.

- Volveremos a vernos, pronto.

Tras esto, su cuerpo relució hasta volverse de un blanco cegador, y desapareció en la noche.

Los cinco amigos salieron del colegio abandonado sin decir ni una palabra sobre aquello. Sus padres se enfadaron con cada uno de ellos, cenaron, se dieron un baño, y se fueron a dormir.

Pero si aquellos niños hubiesen tenido mejor vista, habrían descubierto a dos figuras misteriosas escondidas al fondo del teatro, las cuales habían observado todo lo acontecido. Tras ver aquella escena, hablaron brevemente.

Entonces, se acercaron al escenario, oscurecido por las nubes que bloqueaban la luna llena. Para cuando esta volvió a iluminarlo todo con su luz, las dos figuras habían desaparecido, como devoradas por la oscuridad. 

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